Si nos remontamos a 1956, durante la Guerra Fría el mundo entró en un estado de completa paranoia debido a unas declaraciones del líder soviético Nikita Krushev, quien, supuestamente, dijo: «vamos a enterrarlos». Sin embargo, resulta que lo que dijo fue «vamos a vencerlos» que, aunque no deja de ser un alarde de optimismo prematuro, comporta menos agresividad que la enunciación que lanzó el intérprete y escuchó toda la población estadounidense.
Una de las muertes más sonadas relacionadas con el mundo de la traducción fue el asesinato de Igarashi, quien tradujo al japonés la novela Los versos satánicos, del británico Salman Rushdie. Lo que ocurrió fue que, en dicha obra, se acuñó el término «versos satánicos» para designar los versos eliminados del Corán, pues se dice que Mahoma los suprimió por haberlos sugerido el mismísimo Satanás. Sin embargo, los musulmanes no comparten esta denominación, por lo que entendieron el título del libro como la afirmación de que Satanás había dictado el Corán. Aunque fue un error involuntario por parte de autor y los distintos traductores de la novela, las consecuencias fueron fatales: protestas, quemas de librerías, Igarashi fue asesinado, el traductor italiano fue apuñalado, el editor noruego fue tiroteado...
Estos son ejemplos recientes, pero la traducción de La Biblia también generó en su día importantes interpretaciones erróneas. Sin ir más lejos, San Jerónimo, el patrón de los traductores, incluyó en su traducción al latín un juego de palabras y transformó el árbol del conocimiento del bien y el mal (malus) en un árbol de manzanas (malum), el cual se ha convertido en uno de los símbolos más significativos de la iconografía cristiana. De ahí que, por ejemplo, en numerosas pinturas de Adán y Eva, estos se representaran junto a manzanas. El famoso poeta y ensayista John Milton también escribió en el siglo XVII acerca del «deseo de Eva» por probar «esas manzanas», lo cual ayudó a fundamentar esa imagen.
Un siglo antes, el calvinista William Tyndale fue acusado de herejía y ejecutado tras haber traducido el Nuevo Testamento al inglés común y, poco después, el escritor y humanista francés Étienne Dolet fue ahorcado y quemado en la hoguera por traducir una obra de Platón que también se consideró una herejía.
Si volvemos la vista al presente, los problemas de traducción se han vuelto a poner de manifiesto en nuestros días (el presidente Trump, por ejemplo, no se lo pone nada fácil a los medios). ¿Recuerdas algún caso? ¡Compártelo con nosotros!
Escrito por Ana Gutiérrez Gonzalez